Súplica a San Miguel Arcángel.
Gloriosísimo
príncipe de la milicia celestial, Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha
que mantenemos combatiendo “contra los principados y potestades, contra los
caudillos de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos esparcidos por
los aires” (Ef. 6, 12). Ven en auxilio de los hombres que Dios creó
incorruptibles a su imagen y semejanza (Sap. 2, 23), y a tan “alto precio
rescatados” (I Cor. 6, 20) de la tiranía del demonio.
Con
las huestes de los ángeles pelea hoy, los combates del Señor, como antaño luchaste
contra Lucifer, corifeo de la soberbia y contra sus ángeles apóstatas. Ellos no
pudieron vencer, y perdieron su lugar en el Cielo. “Fue precipitado el gran
dragón, la antigua serpiente el denominado diablo y Satanás, el seductor del
universo: fue precipitado a la tierra y con él fueron arrojados sus ángeles”
(Apoc. 12,.8-9).
He
aquí que el antiguo enemigo y homicida se ha erguido con vehemencia. Disfrazado
de “ángel de luz” (II Cor. 11, 14) con la escolta de todos los espíritus
malignos rodea e invade la tierra entera, y se instala en todo lugar, con el
designio de borrar allí el nombre de Dios y de su Cristo, de arrebatar las
almas destinadas a la corona de la gloria eterna, de destruirlas y perderlas
para siempre.
Como
el más inmundo torrente, el maligno dragón derramó sobre los hombres de mente
depravada y corrompido corazón, el veneno de su maldad: el espíritu de la
mentira, de la impiedad y de la blasfemia; el letal soplo de la lujuria, de
todos los vicios e iniquidades.
Los
más taimados enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero
Inmaculado, le han dado a beber ajenjo, han puesto sus manos impías sobre todo
lo que para Ella es más querido.
Donde
fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz
para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de la impiedad,
de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh invencible
adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que le
atacan y dale la victoria.
La
Iglesia te venera como su guardián y patrono, se gloría que eres su defensor
contra los poderes nocivos terrenales e infernales; Dios te confió las almas de
los redimidos para colocarlos en el estado de la suprema felicidad.
Ruega
al Dios de la paz que aplaste al demonio bajo nuestros pies, para que ya no
pueda retener cautivos a los hombres y dañar a tu Iglesia. Ofrece nuestras
oraciones al Altísimo, para que cuanto antes desciendan sobre nosotros las
misericordias del Señor (Salmo 78, 8), y sujeta al dragón, la antigua
serpiente, que es el diablo y Satanás, y, una vez encadenado, precipítalo en el
abismo, para que nunca jamás pueda seducir a las naciones (Apoc.
20).
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