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martes, 16 de abril de 2019

CUARTO CÁNTICO DEL SIERVO SUFRIENTE

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El cuarto cántico de Siervo sufriente
Is 52,13-53,12



El viernes santo leemos el cuarto y último poema de Isaías acerca de la misteriosa figura del Siervo sufriente.

La lectura del cuarto cántico del Siervo sufriente del Segundo Isaías nos sobrecoge, nos parece que al leerlo van desfilando ante nosotros los momentos de la Pasión del Señor.

No es casual que ocurra eso: la pasión del Señor fue meditada y profundizada por la primera Iglesia a la luz de textos del Antiguo Testamento, y muy especialmente a la luz de este texto. Pero también es cierto lo opuesto: este texto se vuelve especialmente claro al confrontarlo con su cumplimiento en nuestro Señor. Posiblemente con ningún otro texto "dialoga" la Pasión como con este poema; me atrevería a decir que más incluso que con un salmo eminentemente de pasión como el 22.

Pero detenernos en primera medida (o peor aun, con exclusividad) en ese significado cristiano del poema de Isaías nos puede encandilar, nos puede llevar a que perdamos el sabor del poema mismo en toda su misteriosa alusividad.

Va a hablar del sufrimiento del Siervo, incluso lo va a hablar con mucha mayor claridad y contundencia que en los tres anteriores. Se diría que en este aspecto los cuatro poemas forman una escala: en el primero se nos presenta la figura del siervo, su cometido, y el método con el que lo intentará cumplir; en el segundo se abre el foco del misterio del Siervo: su tarea afectará no sólo a Judá e Israel, sino a todas las naciones, y aparece ya con una luz incipiente la cuestión del sufrimiento: él cree que no consigue realizar el designio de Dios, pero Dios anuncia el cumplimiento, e incluso lo exalta por encima de su carácter de siervo; en el tercero el propio Siervo penetra en el misterio del sufrimiento como lugar de la salvación: él mismo abre su oído para que le sea destilada en él, no la sabiduría de los manuales, sino la sabiduría del dolor que salva.

En el cuarto poema se detallarán esos sufrimientos, pero aparece una novedad: los que rodean al Siervo han comprendido su obra, realmente por efecto del obrar del Siervo -¡por sus sufrimientos!- el ser humano al que el Siervo se dirigía ha cambiado, se ha vuelto capaz de algo nuevo. El cuarto poema habla del sufrimiento del Siervo, pero no es una endecha sino un cántico triunfal: el dolor ha servido, ha transformado a los hombres, que ahora comprenden.

Por eso el poema comienza con un grito de triunfo: «Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.»

Me gustaría detenerme un poco en esta expresión que la liturgia traduce como "tendrá éxito". Por lo pronto, debemos comprender la índole del idioma hebreo para acercarnos con más provecho a lo que allí se dice: nosotros inevitablemente tenemos que poner allí una forma de futuro, "tendrá éxito". El futuro es por definición lo que aun no ha sido, y por tanto puede no ocurrir tal como se espera. "Mi siervo tendrá éxito" podría sonar a un mero voluntarismo: "yo quiero/deseo que le vaya bien, que finalmente su tarea sirva, que tenga éxito". Pero la Biblia -que ve a Dios principalmente como Señor del tiempo- tiene una relación distinta con el tiempo futuro, ¡incluso su gramática verbal es distinta! Propiamente hablando, el idioma hebreo no tiene tiempo futuro, sino acciones completas (usadas casi siempre para hablar del pasado) y acciones incompletas, usadas para hablar tanto del futuro, como de lo que ya mismo se está realizando, aunque aun falte para su total realidad. Digamos que incluso en el idioma, el futuro no es nunca incertidumbre, sino fundamentalmente promesa, y puesto que quien promete es Dios, promesa firme y que no fallará:

«La visión espera su momento,

se acercará su término y no fallará;

si tarda, espérala,

porque ha de llegar sin retrasarse.»

enuncia Habacuc 2,3

Así que cuando leemos "mi siervo tendrá éxito", conseguiremos penetrar mejor en el sentido si mentalmente entendemos esa acción como incoada en el presente: "Mirad, mi siervo comienza a tener éxito".

Otro aspecto que me gustaría destacar es este verbo "tener éxito" (sajal, en hebreo). No es fácil traducirlo; si comparamos distintas versiones, veremos un amplio abanico, desde la antigua Vulgata que traducía "mi siervo entenderá", hasta Biblia de Jerusalén que traduce "mi siervo prosperará". No parece que un verbo y otro tuvieran demasiado que ver entre sí. Comprenderemos mejor a lo que apunta esta frase si tenemos en cuenta que la primera vez que esta palabra aparece en la Biblia es con la mujer mirando el fruto del árbol prohibido, cuando -luego del diálogo con la serpiente- descubre que "el árbol es bueno para comer, atractivo a la vista, y deseable para «sajal»..." no se trata simplemente de conocer, sino de penetrar en el secreto de la sabiduría, de volverse uno mismo fuente de sabiduría.

Recordemos que teníamos al Siervo en el canto tercero poniendo su oído ante el Señor para escuchar como discípulo, para aprender. El cuarto canto comienza por el final que había quedado abierto en el tercero: "Mirad, efectivamente el Siervo consigue ser el verdadero discípulo que aspiraba ser. Sí, tiene éxito".

¿Pero qué era lo que el Siervo/discípulo quería penetrar, qué era lo que necesitaba "saber" para considerar que alcanza ese saber? No el saber de los antiguos, lo dicho y repetido, sino un saber nuevo: el valor salvador del sufrimiento, y eso sólo lo puede saber sufriendo. El sufrimiento no se sabe escuchando hablar sobre él, sino sufriéndolo con paciencia. Podemos leer mil libros sobre el dolor de muelas, pero sólo sufriendo un dolor de muelas sabremos lo que es. Sobre muchas cosas hay saber teórico, pero sobre el sufrimiento no hay saber teórico, su escuela es siempre el sufrimiento mismo.

Y puesto que él mismo ofreció la espalda a los que lo golpeaban, la mejilla a los que tiraban de su barba, entonces el Señor puede asegurar que el Siervo consigue su objetivo: realizar en él la revelación del sufrimiento, el sentido total del sufrimiento.

A partir de aquí el poema avanzará unos versículos contándonos lo que el Siervo tuvo que padecer, pero no lo cuenta como un regodeo en el dolor, sino más bien como un "catálogo" de lo que ahora ha adquirido por fin sentido por primera vez: el abandono, la fealdad, la soledad, el aislamiento... todo eso lleva el Siervo en sus espaldas hacia su triunfo, que ya ha comenzado.

Pero precisamente cuando el poema está catalogando los dolores de este "varón de dolores" (53,3) se produce un fenómeno aparentemente casual: ¡el poema cambia de sujeto! Había comenzado hablando el Señor, para garantizar (y sólo él puede hacerlo) el éxito de su Siervo, pero en 53,1 aparece un plural que en principio puede ser ambiguo: "¿Quién creyó nuestro anuncio?" Todavía podría ser que estuviera hablando el Señor, y que usara un plural de majestad, como tantas veces Dios aparece hablando en plural en la Biblia (por ejemplo, el famoso "hagamos al hombre a nuestra imagen").

 Sin embargo en la siguiente parte del verso dice "¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote..." Está claro que el que habla, o más bien LOS que hablan ahora no son el Señor ni el Siervo, sino un grupo que se va perfilando de a poco. El efecto poético es el que experimentaríamos si escucháramos venir un coro por una callejuela: primero escucharíamos confusamente, nos daríamos cuenta de que hay varios, pero no sabríamos aun cómo esa voces conjugan entre sí; pero a medida que se fueran acercando podríamos definir mucho mejor lo que oímos, incluso podríamos determinar si cantan al unísono, o cómo se relacionan.

En "¿Quién creyó nuestro anuncio?" ese plural es todavía vago y lejano, pero inexorablemente avanza, y pocos versículos más abajo ya nos dicen: "Él soportó nuestros sufrimientos", y poco más abajo: "sus cicatrices nos curaron".

Ese plural se ha vuelto del todo concreto: somos los que rodeamos al Siervo, que reconocemos no sólo que él ha adquirido la sabiduría en el sufrimiento, sino que en él la hemos adquirido todos. Su "éxito" es el éxito de todos, su "prosperidad", la prosperidad de todos. Somos seres humanos nuevos, en el sufrimiento de este Siervo.

No en vano se pasa a la metáfora de la oveja.... pero es una metáfora doble: él fue como una oveja, muda ante el esquilador, pero nosotros también éramos como ovejas, sin pastor, errantes, siguiendo cada una su propio camino.

Por todo ello, el premio de este Siervo solitario, abandonado, aislado, no es sólo al vida.... ¡que ya es mucho! es la propia multitud que habla de él, y que queda incorporada a él: "Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre."

Y nuevamente sobre el final la voz del poema vuelve a ser la del Señor, precisamente porque la promesa que se inaugura en los sufrimientos del Siervo es demasiado grande como para que pueda ser garantizado por algún otro. No basta que nos digan de terceras partes que por sus heridas fuimos curados: es el propio Señor, ante quien fuimos curados, quien asegura la eficacia de ese remedio, y la sobreabundancia de no ser ya más ovejas errantes, sino estar incorporadas al rebaño de la oveja muda, vuelta ella misma -y para siempre- el único Pastor.

El poema no nos presenta una teoría del sufrimiento vicario y redentor: más bien pone a hablar al Salvador y a los salvados, nos pone en diálogo con Dios, y ese diálogo, ese poder hablar con Dios ("como un amigo con su amigo") es ya la salvación. Dios mismo nos anuncia la grandeza de ese sufrimiento vicario, y nos descubre el secreto inaudito, escondido desde la escena del Edén: era posible adquirir eso que deseaba el primer ser humano, sólo que no se adquiría estirando la mano cómodamente, sino que se recibe en la vicariedad, admitiendo ser nada, para que Dios pueda realizar en cada uno de nosotros, lo de todos.

Mirad, mi siervo tendrá éxito,

subirá y crecerá mucho.


Como muchos se espantaron de él,

porque desfigurado no parecía hombre,

ni tenía aspecto humano,

así asombrará a muchos pueblos,

ante él los reyes cerrarán la boca,

al ver algo inenarrable

y contemplar algo inaudito.


¿Quién creyó nuestro anuncio?,

¿a quién se reveló el brazo del Señor?

Creció en su presencia como brote,

como raíz en tierra árida,

sin figura, sin belleza.


Lo vimos sin aspecto atrayente,

despreciado y evitado de los hombres,

como un hombre de dolores, acostumbrado a 

sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros,

despreciado y desestimado.


Él soportó nuestros sufrimientos

y aguantó nuestros dolores;

nosotros lo estimamos leproso,

herido de Dios y humillado;

pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,

triturado por nuestros crímenes.


Nuestro castigo saludable cayó sobre él,

sus cicatrices nos curaron.


Todos errábamos como ovejas,

cada uno siguiendo su camino;

y el Señor cargó sobre él

todos nuestros crímenes.


Maltratado, voluntariamente se humillaba

y no abría la boca;

como cordero llevado al matadero,

como oveja ante el esquilador,

enmudecía y no abría la boca.


Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,

¿quien meditó en su destino?

Lo arrancaron de la tierra de los vivos,

por los pecados de mi pueblo lo hirieron.


Le dieron sepultura con los malvados,

y una tumba con los malhechores,

aunque no había cometido crímenes

ni hubo engaño en su boca.


El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,

y entregar su vida como expiación;

verá su descendencia, prolongará sus años,

lo que el Señor quiere prosperará por su mano.


Por los trabajos de su alma verá la luz,

el justo se saciará de conocimiento.


Mi siervo justificará a muchos,

porque cargó con los crímenes de ellos.


Le daré una multitud como parte,

y tendrá como despojo una muchedumbre.


Porque expuso su vida a la muerte

y fue contado entre los pecadores,

él tomó el pecado de muchos

e intercedió por los pecadores.



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